Cuento Tuareg - La libélula y el tuareg, (Cuento de autor)
Allí estaba bien, la hoguera iluminaba el oasis y el balanceo de las palmeras lo sumía en un ligero sueño casi hipnótico dulce, placentero. Era poderoso, era un Tuareg.
De pronto una libélula. Suave y silenciosamente se posó sobre sus piernas cruzadas, clavando sus ojos inquisitivos en los del Imohags.
- ¿No me temes? Con un solo movimiento podría aplastarte contra mis piernas, arrancarte tus frágiles alas de cristal y jamás podrías volver a volar, o tomarte y privarte de la libertad.
- No te temo caminante, pero tú a mí sí. Como yo, desciendes del viento, avanzas en la vida con el orgullo del Ser libre, pero me temes más que a la sed o la tormenta de arena.
- Soy un Imohag, un Tuareg, mi raza, mis antepasados vagan y dominan este desierto desde el principio de los tiempos, no tememos a nadie, ni a nada y menos a una frágil y pequeña libélula que no tiene más defensa que sus alas para escapar.
-¿Por qué entonces has ocultado tu rostro ante mí? ¿Quién de los dos es más fuerte?¿Tú que te ocultas para esconder tu sonrisa y tus lágrimas, para ocultar los gestos de un rostro que temes compartir?¿Tú que usas el negro de tú ropaje para acrecentar tu figura diluyendo entre sus pliegues tus emociones?¿O yo que vuelo libre por el desierto con dos alas de cristal sin temor a posarme en las piernas del rey del desierto?
Tu soledad es como la mía, lloramos las mismas lágrimas, la noche es igual de larga y fría para ambos. Los dos ansiamos coger las estrellas y posarnos en ellas. Pero tú ocultas quien eres por temor, yo, yo simplemente vuelo y amo.
Es tu dureza la fragilidad del cristal, que de un solo golpe se quiebra en añicos. Es mí sencillez la dureza del amor indestructible, de la fuerza interior,
Que los vientos te sean favorables hermano, y el amanecer apacigüe tu dolor...
El Tuareg apartó el manto de su rostro y dirigió su mirada siguiendo el vuelo de la libélula.
Realmente era libre, esa era la autentica libertad, dos lágrimas recorrieron su rostro. Quedó sólo, con el crepitar de las llamas y el viento azotando las palmeras, y al amanecer una libélula de infinitos colores recorrió el oasis y atrás quedaron, cubiertos de arena unas negras telas, túnicas y velos, enterradas como viejas corazas de antiguas batallas.
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